Estos días no paro de hurgar entre libros. Mi casa no es la biblioteca nacional por supuesto. Pero mantiene una buena colección de tomos y manuscritos.

Los estudios de los hijos aún colean entre baldas.  Cuando deciden abandonar el nido, arramplan con todo lo que pueden. Ropa, música, libros, cuberterías, colecciones, recuerdos, vivencias. Pero siempre se queda rezagado ese último aliento que parece no querer marcharse. Los apuntes de la universidad. Los textos del conocimiento. Las orlas  de la graduación y hasta algún que otro cuaderno de la EGB que deciden no tirar, por si acaso. Son las secuelas de la última gran batalla que sigue perdurando sine die.

También, - de estos quedan pocos -,  todavía se resisten a abandonar su causa perdida algún que otro ejemplar de mis tiempos de estudiante. Fui, lo reconozco un mal alumno. Y las rémoras de mis años de juventud aún pululan entre silencios. Creo que se han quedado para recordarme que, aunque marchitos, ha sido el paso de los años y no la habitual consulta lo que les ha hecho envejecer... 

Impertérrito, desafiando al presente, el libro de latín. Poca confianza debería tener por aprobar la lengua de Cicerón cuando, en la primera página, como pasaporte al futuro, una frase lapidaria lo instruía: "Virgen santa, Virgen pura haz que apruebe esta asignatura". Ya tendría bastante María con platicar el hebrero como para, en sus ratos libres, ponerse a leer " las Catilinarias ".

Luego están los libros de Elena. Lectora empedernida. Devoradora de historias. Coleccionista de versos. A lo largo de los años ha ido acumulando, aparte del saber y  del conocimiento, la esencia de muchos de ellos, perfectamente alineados. 

Éstos, han sido objeto de deseo por parte de hijos, familiares, amigos e incluso, lo confieso, míos. Cuando llegaba su cumpleaños, el día de la madre, San Valentín si venía al caso, aniversarios y hasta las extensas  cartas a sus Majestades de Oriente, se saturaban de títulos, autores, temas, best seller que nos limpiaban la conciencia y nos evitaban discurrir. 

Luego, con los años, se ha ido aquietando el contador de historias reclinado entre sujeta libros. El intercambio de epítetos entre lectores insaciables o el flaquear de la memoria por el paso del tiempo, han hecho posible que el censo se mantuviera equilibrado. De vez en cuando, muy de tarde en tarde, algún naufrago de librería se deja caer por los estantes, pero eso, la verdad,  cada vez menos.

Como os decía al principio, - a veces me pierdo entre palabras - estos días no paro de rebuscar entre los libros. No busco en ellos, lo confieso, su sapiencia, su aventura, su relato, sus consejos. Escudriño en su interior por ver si entre sus hojas se ha precipitado algún recuerdo, se ha escondido alguna nota acuñada con puño y letra. La misión es compleja pero a veces, gratificante. Fotos olvidadas, facturas de vuelos infinitos, dedicatorias prendidas de amor.

Los libros son cajas de caudales que aglutinan tesoros del saber, del conocimiento pero a la vez custodian, para nuestra sorpresa, anhelos del corazón.

Todo, absolutamente todo está en los libros.




" Todo está en los libros " - Arreglo e interpretación: Christian Glaría.
Letra de Jesús Munárriz y música de Luis Eduardo Aute