Nuestros años se sustentan de recuerdos. Días vividos, sueños realizados, esperanzas cosechadas. Y esos recuerdos , a su vez se aferran a la evocación de un paisaje, de una caricia, de una silueta.

Cuántas veces nos viene a la mente una historia pasada,  cuando sentimos esa brisa que nos abraza y que nos recuerda un tiempo pretérito que, en algún instante, palpitó en nuestro corazón.

Nuestros sentidos forman parte importante de todo ello. Sirven para clasificar retazos de vida en el albúm final que encuaderna nuestro ser.

Ciertos sabores, ciertos olores se han hecho  morada  en mi cerebro y, cada vez que siento o huelo algo similar, se rememoran en mí esos momentos vividos.

El olor a hierba mojada que me traslada a veranos de mi infancia. Cuando echaba a rodar laderas abajo atiborradas de lluvia, y me impregnaba de su olor y de su color para enfado mayúsculo de mi madre.

O embobado, en esas tardes de estío, contemplando al señor Mariano, sentado en la cadiera,  afilando su navaja contra un trozo de pan y un poco de tocino y regándolo todo con un buen chorro de vino descolgado en las alturas.

El sabor de las vieiras gratinadas que, junto a las manzanas asadas, las madejas y los tocinos de cielo eran, para mi padre,  sus manjares preferidos.

El aroma a rosquillas de anís recién bañadas, rebozándose en azúcar, que impregnaba toda la cocina. Chiretas moldeadas con pericia, caracoles gritando por las esquinas. El placer de un buen plato de verdura aliñada de sabores distintos, diferentes que le otorga la cercanía de la huerta.

Bolitas de bacalao, ensaladillas rusas, torrijas esponjosas que llenaban de olor a canela los Viernes Santos.

La esencia a goma de borrar, a virutas de lápiz recién talado, a cuaderno sin estrenar que empapaban por completo los claustros del colegio.

El sabor desagradable a boca reseca y tos desnivelada que encendía el humo del primer cigarrillo...

Ahora intento atrapar situaciones en cada recodo de mis días. Dejar los cinco sentidos prendidos por donde voy forjando senderos: paisajes maravillosos que retener en la retina. Melodías que me embriaguen de armonías cadenciosas. Fragancias que me transporten a tardes preñadas de tormenta. Saborear un buen caldo, degustar un buen cocido que me hagan más fácil el camino. Acariciar la silueta de un amor que me aliente y me acompañe.

Sigamos guardando recuerdos en la mochila de nuestra existencia. Acumulemos presentes que una vez perdidos en el tiempo se retornarán añoranzas de una época vivida, lejana que ya pasó.