Qué castigo, Señor. No teníamos bastante con estar confinados. No purgábamos lo suficiente nuestros pecados con largas penitencias monacales. No reprimíamos pensamientos impuros de evasiones peregrinas, que ahora nos mandan esto.

Un tosco bozal hecho de filigranas que te atraviesa de oreja a oreja y te borra la sonrisa. Un burladero de trapo que te atasca las palabras y las deja silenciar entre tu voz y tu garganta. Un rudo antifaz de asalto que igual te alienta un tirón o te salva de un villano.

Dicen que es precaución. Que evitas contaminar o ser infectado. Que es conveniente u obligatorio depende con quien andes y quien sea tu"mala" compañía.

Que digo yo que si hay que llevarlas, pues se llevan. Que dicen, es por nuestro bien. Pero que son incómodas, molestas, fastidiosas un rato largo. Se te empañan las gafas. Te agobias en sus adentros. Respiras desacompasado. Por la nariz y  la boca al mismo tiempo...

Cuando vas por la calle, que ya tienes bastante con calcular a ojo los dos metros de distancia, de repente alguien alza la mano y te dilata entre sus ojos. Lo miras, no lo ves. Crees adivinar, pero no lo conoces. Te imaginas, pero no aciertas. Saludas por bien quedar mas no sabes quien se esconde tras ese anónimo gesto.

Pero lo peor de estas odiosas y malditas mascarillas es su sinceridad. Son intransigentes como un sargento chusquero. No saben disimular. Ni te mienten, ni te desmienten. Siempre te cuentan la cruda realidad.

No son como un vestido que puedes alegar, se ha encogido por el agua hirviendo. Ni como los espejos que siempre puedes aducir que son cóncavos o convexos... Ellas no. Se aferran a tus mejillas como una lapa. Rodean tus oídos con nudos gordianos. Dejan ver tus mofletes realzados, escoltando sus bocas de seda.

Y te sientes un hámster viviendo a dos carrillos. Y adivinas que el vestido no ha disminuido, ni el espejo es obra de laberintos. Que la verdad es otra. Que aunque hayas tenido castigada a la báscula en el rincón de pensar, la mascarilla de algodón, no engaña. Solamente te narra la triste, descarnada y absoluta realidad.

Estamos de vacas gordas en tiempos de vacas flacas.