Se nos escapa el mes de Mayo. Sin darnos cuenta, empecinados con el virus perverso, se nos ha escurrido entre los dedos.

Lo comenzamos con aires de fiesta. Lo terminaremos en fiesta de guardar. Y entre ese paréntesis jocoso, se han ido acumulando jornadas tristes, dolientes, severas.

De poco ha servido el aliento a renovación  que arrastra la primavera. O el aroma de frescor que engalana los campos. De poco ha valido el ondular de amapolas sobre un mar de vida, ni el brote de savia nueva que rezuma el viento.

Los hombres hemos seguido, ofuscados,  preñando el calendario con cruces de ausencias, con aires de amargura, con tintes enlutados.

Cada día  hemos apretado los dientes para intentar no sucumbir al desatino. Cada jornada hemos visto, impotentes, como las fechas del almanaque se odiaban entre sí y dejaban desangrarse, sin hacer nada, a los números. Sólo les importaban ellas, sus santos del día , sus festivos, sus refranes.

Lo demás, el discurrir proyectos comunes, el avanzar unidos hacia el mes siguiente, les traía sin cuidado. Sólo ellas, nada más que ellas. Prepotentes y egoístas. Todo, por pasar destacadas de mes, sin saber que, al final, las hojas baldías se arrancan y van a parar siempre al cesto de los papeles.

No sé qué decirte Mayo. No sé cual será el epitafio que pondremos sobre tu marcha. Un mes para olvidar. Una ocasión perdida. Una bocanada de primavera asfixiada. Un caminar estéril...

Pero la culpa no será tuya. La culpa será de los jardineros que riegan, podan, descuidan y ahogan el transcurrir de tu tiempo, florido y hermoso.