Cada uno de nosotros tenemos nuestras rarezas. Quien más quien menos tiene costumbres aplicadas al día a día. Hábitos que si no se cumplen de una forma exacta, casi ritual, nos sacan de quicio.

Yo reconozco que, como cualquier mortal, he tenido y tengo mis obsesiones. Cada vez un poco más acentuadas y menos transigentes. Pero, desde que vivimos este estado de alarma me estoy convirtiendo en un auténtico tiquismiquis.

De mis años jóvenes recuerdo que me gustaba vestir de oscuro. El crepúsculo era mi empeño. Sería, tal vez,  por la silueta. Pues el negro recorta y estiliza y eso, en tiempos de mocedad, se agradece y disimula.

También me empecinaba por llevar a mi acompañante, fuera camarada de pasión, amigo o semejante, a mi izquierda más radical, cuando íbamos de paseo. Alegaba sordera posicional  para así ganar la ubicación. Y  me sentía y me siento más seguro pues el antojo continúa.

Ahora las rarezas se tornan excentricidades que, aunque es lo mismo, suenan de un modo más bestial. Mis nuevas manías ya no son simples modas, caprichos o fiebres pasajeras. Ahora son auténticos dólmenes que idolatro casi, casi de forma convulsiva.

Alinear los cubiertos. Separarlos por sexos: cuchillos, cucharas, tenedores. Todos con la cabeza bien erguida y el cuerpo bruñido. Y las más pequeñas, las cucharillas de café, ordenadas con mimo en su  jardín de infancia.

Poner en primera línea de fuego, cuando recojo el lavavajillas, los vasos que todavía no han participado en la batalla del pan nuestro de cada día. Y a los que salen limpios y ardiendo del fregaplatos ocupar la posición de retaguardia. La del reposo del guerrero.

La misma suerte corren platos, bandejas, cacerolas y sartenes... En fin una retahíla de absurdas modas que van forjando el carácter a veces tosco de mi día a día.

Pero ahora me está surgiendo  una nueva anomalía. Una obcecación que ya la tenía larvada en mi ser desde hace mucho tiempo.  Creo que me la introdujo los tiempos de primaria. Cuando en el colegio además de matemáticas, historia, caligrafía  te enseñaban urbanidad. Una asignatura que ha caído en desuso y así nos está yendo.

En aquella disciplina nos enseñaban a respetar, tolerar, ser agradecidos, prudentes, hasta aseados En una palabra, hacer a tu entorno la vida mucho más agradable.

Uno de sus mandamientos era caminar por tu derecha. Qué buena regla aplicable a estos días. Nuestro alcalde la ha desempolvado del catón y la ha puesto sobre la pizarra. Pero como somos un poco zopencos, hasta ha tenido que abrumar las aceras con pintura para que la gente sepa dónde tiene su mano diestra.

Y cada vez que veo a un viandante que se me viene de frente como locomotora desbocada, se me llevan los demonios. Le diría mil cosas, le sermonearía cual clérigo en su púlpito. Le aconsejaría que mirara por los demás y transcurriera por la otra acera... Pero también en esa disciplina de las buenas costumbres, nos educaron en la prudencia. Y yo debí sacar en eso,  matrícula de honor.

Tal vez  haya que ir desempolvando las cosas bien aprendidas. Enseñanzas que nos inculcaron buenas prácticas. Pedagogías que en nuestra generación hicieron costra. Cicatrices que se convirtieron en hábitos que cumplimos aún hoy a rajatabla.

Soluciones del pasado para aplicar al presente.